SANTA MARÍA DEL SALITRE
Sergio Arrau Castillo
SANTA MARÍA DEL SALITRE:Recuperación de una historia obrera
En la dramaturgia latinoamericana, hay títulos que entregan parte de la historia social de América: Tupac Amaru, Guadalupe años sin cuenta, El avión negro, La denuncia, La Huelga, etc. Sin embargo el hecho obrero más notable del siglo XX en Chile, la masacre de la Escuela Santa María de Iquique en 1907, no llegó a transformarse en material teatral hasta la década de los 60s cuando Elizaldo Rojas estrena Recuento, especie de resumen del movimiento obrero en el cual incluye escenas de lo ocurrido en Iquique. Luis Advis rescatará definitivamente el hecho sepultado con la Cantata Popular Santa María de Iquique.
Algunas razones para explicar esta omisión las encontrará el lector más adelante, pero vale recordar que el teatro burgués creó una cultura teatral inmersa en los problemas citadinos y de la clase media. Sustituyó la realidad de los pobres, de los campesinos y más aún de las luchas sociales, por las comedias y dramas de salón. Es difícil encontrar una obra en el teatro chileno contemporáneo que plantee por ejemplo los dilemas de los dirigentes sindicales, como lo hicieron los autores obreros de comienzos de siglo. Rufino Rosas por caso, con Suprema Lex.
1907 fue un año especial en la celebración del Primero de Mayo en Chile. “Treinta mil personas asisten al mitin organizado por la Mancomunal de Obreros y la Federación de Trabajadores de Chile.(…) A la concentración del Parque Cousiño asisten treinta y cinco sociedades de resistencia. Carmela Jeria habla en representación del periódico La Alborada, Inés Macías por las costureras, Ricardo Guerreo por el diario La Reforma y Francisco Gallardo por la Federación de Zapateros. En Iquique todos los obreros dejan de trabajar y desfilan por las calles. La presencia del crucero Esmeralda en la bahía no los cohíbe. En la pampa paraliza sus labores la oficina Trinidad. El mitin en Iquique es grandioso. Otros mitines se celebran en Tacna, Tocopilla y Antofagasta”.(1)
El 21 de diciembre de 1907 a las 3:45 de la tarde, “en cinco minutos de fuego y carnicería, las autoridades causaron más estragos en la moral y el patriotismo de los obreros que lo que se había producido en el medio siglo anterior por medio de la propaganda sistemática de anarquistas”, comentaron los trabajadores a una comisión legislativa que recorriera el Norte años más tarde. Un historiador indica que el amanecer del 21 de diciembre de 1907, “efeméride histórica ignorada…el día en que, al romperse enteramente el último consenso entre los chilenos, el social, terminó también rota por completo la unidad nacional” (2) La responsabilidad moral de las autoridades gubernativas la representa la actitud del Ministro del Interior Rafael Sotomayor con los telegramas enviados a Iquique. El es el establishment, presto a culpar a dirigentes y obreros de agitación revolucionaria, cuando estos solicitan un mejor salario para subsistir o quince minutos más para almorzar como ocurrió en Antofagasta en 1906, donde también se solucionó el conflicto mediante una matanza. Las resonancias son obvias cuando se leen las noticias del Chile de hoy.
Para mí, Santa María permaneció en la memoria desde niño. Nacido y criado en Iquique, tuve la presencia física de la Escuela, aunque el edificio fuese otro, pues el original se quemó; las narraciones de mi abuelo José Santos, obrero del salitre en Iquique y participante en la huelga, cuando recordaba lo sucedido; las historias contadas por los fleteros y cargadores en el muelle de pasajeros de Iquique, en sus minutos de descanso, en espera de la embarcación que los conduciría a las lanchas para cargar salitre; la vieja estatua al obrero pampino en el Cementerio Nº 2, homenaje de los trabajadores de Tarapacá a los caídos en Iquique. Ya adulto, el reconocimiento de que olvidar conduce “a la idiotez sin pasado”, a la inconsciencia, a la desaparición, al olvido, todo hizo que me empeñara en reconstruir la gesta pampina y fuese en la búsqueda de periódicos, documentos, libros, actas judiciales, informes, etc.
Londres, Washington, Ámsterdam, Buenos Aires, Lima y Santiago de Chile, me entregaron informaciones que conforman un cuadro muy diferente a lo que algunos historiadores oficiales denominan “motín”, o “alzamiento obrero”. El único artículo escrito en inglés (1908), presenta a los obreros como una turba bajando de los cerros iquiqueños a apoderarse de la ciudad para saquearla. Esto antes de la existencia del Hollywood que hoy conocemos!
Mi amistad epistolar con Sergio Arrau, radicado en Perú, me llevó a confiarle mi anhelo final: que escribiese una obra de teatro “para que los viejos no sean olvidados”. Le entregué copia de la investigación de cuatro años, mientras la otra yacía en México en busca de editorial. Sergio supo leer el manuscrito y el bagaje informativo en él contenido. Nunca ha estado en Iquique ni en la pampa salitrera.
Casi no hay línea en Santa María del Salitre (3) que no tenga su asidero histórico. La increpación que Zoila hace a los marinos de la Esmeralda, está tomada verbatim de la información que el Dr. Nicolás Palacios entrega al periódico El Chileno de Valparaíso. Recuerda Palacios, “Otro incidente (el día 21) fue el discurso de un huelguista a la marinería formada bala en boca frente a ellos:
“Marineros del Esmeralda – decía el orador - ¿consentiréis en que se empañen vuestras glorias adquiridas al frente del enemigo poderoso y en defensa de los chilenos, matando ahora a chilenos indefensos?¿querréis que el pueblo de Chile no pueda ya invocar el glorioso 21 de mayo sin recordar al mismo tiempo un cobarde 21 de diciembre?”.
La teatralidad y fuerza de las palabras transpuestas a los labios de Zoila, personaje literario, refuerzan el verbo obrero desconocido e ignorado, pero que en su yuxtaposición de “glorioso” y “cobarde” contextualiza el movimiento obrero y el despliegue militar inusitado en el Iquique de diciembre de 1907. Proyecta hacia el futuro la misión de los militares chilenos, quienes no han defendido jamás, en tiempos modernos, la soberanía nacional, sino los intereses de la oligarquía y de los monopolios.
Sergio Arrau rescató con su obra dramática el ámbito obrero de la Era del Salitre, el tiempo de la historia, el recuerdo de las luchas por la dignidad humana, de la formación de una conciencia proletaria que con el pasar del tiempo daría origen al primer partido político netamente obrero, en el mismo Iquique de la masacre, en 1912: el Partido Obrero Socialista. Además hace justicia a los anarquistas, dirigentes de la huelga, quienes condujeron el movimiento con una limpieza, sinceridad y valentía que desmienten el estereotipo histórico de los libertarios.
Londres, Washington, Ámsterdam, Buenos Aires, Lima y Santiago de Chile, me entregaron informaciones que conforman un cuadro muy diferente a lo que algunos historiadores oficiales denominan “motín”, o “alzamiento obrero”. El único artículo escrito en inglés (1908), presenta a los obreros como una turba bajando de los cerros iquiqueños a apoderarse de la ciudad para saquearla. Esto antes de la existencia del Hollywood que hoy conocemos!
Mi amistad epistolar con Sergio Arrau, radicado en Perú, me llevó a confiarle mi anhelo final: que escribiese una obra de teatro “para que los viejos no sean olvidados”. Le entregué copia de la investigación de cuatro años, mientras la otra yacía en México en busca de editorial. Sergio supo leer el manuscrito y el bagaje informativo en él contenido. Nunca ha estado en Iquique ni en la pampa salitrera.
Casi no hay línea en Santa María del Salitre (3) que no tenga su asidero histórico. La increpación que Zoila hace a los marinos de la Esmeralda, está tomada verbatim de la información que el Dr. Nicolás Palacios entrega al periódico El Chileno de Valparaíso. Recuerda Palacios, “Otro incidente (el día 21) fue el discurso de un huelguista a la marinería formada bala en boca frente a ellos:
“Marineros del Esmeralda – decía el orador - ¿consentiréis en que se empañen vuestras glorias adquiridas al frente del enemigo poderoso y en defensa de los chilenos, matando ahora a chilenos indefensos?¿querréis que el pueblo de Chile no pueda ya invocar el glorioso 21 de mayo sin recordar al mismo tiempo un cobarde 21 de diciembre?”.
La teatralidad y fuerza de las palabras transpuestas a los labios de Zoila, personaje literario, refuerzan el verbo obrero desconocido e ignorado, pero que en su yuxtaposición de “glorioso” y “cobarde” contextualiza el movimiento obrero y el despliegue militar inusitado en el Iquique de diciembre de 1907. Proyecta hacia el futuro la misión de los militares chilenos, quienes no han defendido jamás, en tiempos modernos, la soberanía nacional, sino los intereses de la oligarquía y de los monopolios.
Sergio Arrau rescató con su obra dramática el ámbito obrero de la Era del Salitre, el tiempo de la historia, el recuerdo de las luchas por la dignidad humana, de la formación de una conciencia proletaria que con el pasar del tiempo daría origen al primer partido político netamente obrero, en el mismo Iquique de la masacre, en 1912: el Partido Obrero Socialista. Además hace justicia a los anarquistas, dirigentes de la huelga, quienes condujeron el movimiento con una limpieza, sinceridad y valentía que desmienten el estereotipo histórico de los libertarios.
A fin de ubicar al lector en el contexto histórico, veamos los puntos de vista de tres importantes testigos y protagonistas de la huelga pampina y su resultado final: el doctor Nicolás Palacios, residente en Iquique en aquel período; el general Roberto Silva Renard a quien el gobierno de Pedro Montt comisionó para poner fin a la huelga, y Charles Noel Clarke, cónsul inglés en el puerto y defensor de los intereses salitreros británicos.
“Ha sido una falsificación general de documentos oficiales, y, lo que es muy digno de atención, todos falseados en el mismo sentido. Estamos por tanto, en presencia de una adulteración sistemática de la verdad” (4)
Con estas palabras cierra el Dr. Nicolás Palacios, parte de su informe al periódico La Patria de Valparaíso, sobre la masacre del 21 de diciembre de 1907 que envuelve no sólo a los chilenos, sino al elemento obrero de Perú, Bolivia y Argentina. Incluso se ha olvidado que el líder del movimiento fue un hijo de norteamericano, José Brig., conocido como “el rucio” entre sus camaradas chilenos y peruanos. Leopoldo Castedo anota, “(Santa María de Iquique) aún se considera como una vergüenza nacional y se silencia o disimula su registro histórico” (5) A tal extremo llegó el silencio, que destacados historiadores no se dieron el trabajo de investigar la suerte corrida por los dirigentes y repitieron la versión que tal vez intencionadamente dejara Nicolás Palacios.
“En el balcón central del edificio, permanecían de pie, serenos, unos treinta hombres en la plenitud de la vida, cobijados por una gran bandera chilena, y rodeados de otras de diferentes nacionalidades. Era el Comité de los huelguistas (…) De pie, serenos, recibieron la descarga. Como heridos del rayo, cayeron todos, y sobre ellos se desplomó la gran bandera”.
Si un literato hubiese querido proyectar el símbolo del abandono de esos hombres y su causa, por las autoridades regionales y capitalinas, no podría haber utilizado mejor metáfora que una gran bandera aplastándolos y no protegiéndolos, como ciudadanos. Los dirigentes escaparon con vida, y el Dr. Palacios tenía que saberlo. Había que protegerlos. Lo que ocurrió es que la muerte de ellos era la solución final y el propósito del gobierno y del general Roberto Silva Renard.
“Hice avanzar dos ametralladoras del crucero Esmeralda y las coloqué frente a la escuela con puntería fija a la azotea en donde estaba reunido el comité directivo de la huelga”.
Leamos ahora algunos párrafos del parte del “general victorioso”, como lo denominara Recabarren, para entender la aserción del Dr. Palacios:
“Ayer, inmediatamente de recibir en la plaza Arturo Prat, a las 1:45 p.m. y en circunstancias de revistar las tropas de guarnición y de la marinería, la orden de reconcentrar en el Club Hípico a los huelguistas, dispuse que evacuasen la plaza Manuel Montt y la Escuela Santa María, donde se sabía estaba una gran masa de huelguistas (…)
(…) Hice agotar hasta los últimos recursos pacíficos. Pasando por entre la turba llegué a la puerta de la escuela (…)
(El Comité) respondió desde la azotea y rodeado de banderas se presentó en el patio exterior ante una apiñada muchedumbre.
Hechas las descargas y ante el fuego de las ametralladoras, que no duraría sino treinta segundos, la muchedumbre se rindió.
(…) Han perdido sus vidas y salido heridos cerca de ciento cuarenta ciudadanos.
Esta larga cita, que intenta refrescar la memoria del hecho histórico escamoteado, muestra el discurso castrense en su esencia, es decir, querer explicar un hecho de manera que la escritura oculte el verdadero pensamiento. Pero como el lector habrá observado, ni aún adulterando la realidad –la coincidencia de que el general estuviese revistando las tropas, cuando recibe la orden – puede esconder el hecho de que persigue la eliminación física de los dirigentes y revoltosos, para escarmentar al resto de “la turba” que en este caso involucraría a los obreros en huelga y a losa que apoyaban el movimiento.
“Ha sido una falsificación general de documentos oficiales, y, lo que es muy digno de atención, todos falseados en el mismo sentido. Estamos por tanto, en presencia de una adulteración sistemática de la verdad” (4)
Con estas palabras cierra el Dr. Nicolás Palacios, parte de su informe al periódico La Patria de Valparaíso, sobre la masacre del 21 de diciembre de 1907 que envuelve no sólo a los chilenos, sino al elemento obrero de Perú, Bolivia y Argentina. Incluso se ha olvidado que el líder del movimiento fue un hijo de norteamericano, José Brig., conocido como “el rucio” entre sus camaradas chilenos y peruanos. Leopoldo Castedo anota, “(Santa María de Iquique) aún se considera como una vergüenza nacional y se silencia o disimula su registro histórico” (5) A tal extremo llegó el silencio, que destacados historiadores no se dieron el trabajo de investigar la suerte corrida por los dirigentes y repitieron la versión que tal vez intencionadamente dejara Nicolás Palacios.
“En el balcón central del edificio, permanecían de pie, serenos, unos treinta hombres en la plenitud de la vida, cobijados por una gran bandera chilena, y rodeados de otras de diferentes nacionalidades. Era el Comité de los huelguistas (…) De pie, serenos, recibieron la descarga. Como heridos del rayo, cayeron todos, y sobre ellos se desplomó la gran bandera”.
Si un literato hubiese querido proyectar el símbolo del abandono de esos hombres y su causa, por las autoridades regionales y capitalinas, no podría haber utilizado mejor metáfora que una gran bandera aplastándolos y no protegiéndolos, como ciudadanos. Los dirigentes escaparon con vida, y el Dr. Palacios tenía que saberlo. Había que protegerlos. Lo que ocurrió es que la muerte de ellos era la solución final y el propósito del gobierno y del general Roberto Silva Renard.
“Hice avanzar dos ametralladoras del crucero Esmeralda y las coloqué frente a la escuela con puntería fija a la azotea en donde estaba reunido el comité directivo de la huelga”.
Leamos ahora algunos párrafos del parte del “general victorioso”, como lo denominara Recabarren, para entender la aserción del Dr. Palacios:
“Ayer, inmediatamente de recibir en la plaza Arturo Prat, a las 1:45 p.m. y en circunstancias de revistar las tropas de guarnición y de la marinería, la orden de reconcentrar en el Club Hípico a los huelguistas, dispuse que evacuasen la plaza Manuel Montt y la Escuela Santa María, donde se sabía estaba una gran masa de huelguistas (…)
(…) Hice agotar hasta los últimos recursos pacíficos. Pasando por entre la turba llegué a la puerta de la escuela (…)
(El Comité) respondió desde la azotea y rodeado de banderas se presentó en el patio exterior ante una apiñada muchedumbre.
Hechas las descargas y ante el fuego de las ametralladoras, que no duraría sino treinta segundos, la muchedumbre se rindió.
(…) Han perdido sus vidas y salido heridos cerca de ciento cuarenta ciudadanos.
Esta larga cita, que intenta refrescar la memoria del hecho histórico escamoteado, muestra el discurso castrense en su esencia, es decir, querer explicar un hecho de manera que la escritura oculte el verdadero pensamiento. Pero como el lector habrá observado, ni aún adulterando la realidad –la coincidencia de que el general estuviese revistando las tropas, cuando recibe la orden – puede esconder el hecho de que persigue la eliminación física de los dirigentes y revoltosos, para escarmentar al resto de “la turba” que en este caso involucraría a los obreros en huelga y a losa que apoyaban el movimiento.
Los obreros para el general son en orden creciente, masa, turba, muchedumbre, y cuando son asesinados, ciudadanos. Su discurso narrativo lo presenta como el “miles gloriosus” cuyo talento militar queda de manifiesto en la jerga guerrera del parte: “estudié la posibilidad de obtener la sumisión con las armas blancas, atacando las infantería con bayoneta (…) llevando un ataque riguroso hacia el interior”.
Silva Renard es la voz oficial del gobierno. Tiene el status y conoce las técnicas y procedimientos que le permiten decir lo que cuenta, como verdad absoluta. El Gobierno no tendrá escrúpulos en publicar el comunicado en la prensa nacional. Silva Renard adopta el modelo de los conquistadores en sus “Cartas de Relación”. Presenta la visión que el régimen quiere oír y divulgar. Pero no hay crimen perfecto. Charles Noel Clarke, cónsul británico en Iquique, desmiente indirectamente el parte del general en cuanto al número de muertos, tiempo del fuego de las ametralladoras, escape de los líderes, y otros datos. (6) Sobre el fusilamiento dice textualmente: “El fuego de las ametralladoras duro un minuto y medio”. (“Treinta segundos” asevera el militar). Durante el baleo, “dos de los marinos de la Esmeralda se pasaron al lado de los huelguistas, pero fueron derribados a balazos”. Lamenta Clarke que “la mayoría de los líderes que se supuso habían caído durante el fuego, en realidad escaparon y aún andan sueltos”.
¿Cómo sintetizar en una obra dramática lo sucedido en la Escuela Santa María de Iquique y recuperar para las generaciones actuales y venideras un hecho histórico social que señala los inicios de una conciencia proletaria, en una región completamente desligada del diario acontecer político y social?
Advierte Arrau en la presentación de su obra:
“La cantidad de actores necesaria para el montaje de esta pieza es variable. Algunos pueden hacer varios personajes. Los hay “reales” –históricos- y “ficticios”. Reales son los dirigentes obreros Brig. Y Olea, las autoridades gubernamentales Eastman, Guzmán y Viera Gallo; los militares Silva Renard y Ledesma y el industrial salitrero Richardson. Los acontecimientos escénicos son fieles a los sucesos reales acaecidos, con la lógica condensación y estilización que requiere la escena. La obra se mueve en dos planos: histórico y costumbrista, recreando personajes que fueron y personajes que podrían haber sido, en un intento épico-dramático de aproximación y comprensión del acontecimiento tratado”.
Arrau divide su “Crónica Épico-Dramática” en dos partes. La primera se inicia el 8 de diciembre de 1907. La segunda, el lunes 16 del mismo mes. La trama argumental la sostienen varios personajes. Como era de esperarse de Sergio Arrau, la dramatización es simple, brechtiana en la sucesión de escenas y cuadros que mediante la inclusión de un narrador, agiliza la acción, la dinamiza. El narrador distancia la acción, señala los lugares, recuerda las fechas claves. Agréguese las canciones de la época y el humor arrauniano. Si el lector/espectador conoce la idiosincrasia latina, reconocerá en las “tallas” y chistes no sólo el modo de ser y vivir del “roto” sino que apreciará en el desarrollo de la obra un fluir que de otra manera habría convertido a Santa María del Salitre en un panfleto con puños en alto y banderas rojas.
Santa María del Salitre, Crónica Épico-Dramática, trae desde el pasado la esencia y no la simple información de aquellos pampinos cuya marcha a través del desierto y enfrentamiento al capital nacional y foráneo, fueran cancelados por las balas en Iquique.
Consistente con su credo teatral, Sergio Arrau sostiene:
(El dramaturgo debe) conocer la situación general de su país. Su historia, aunque sea la oficial dada en los colegios, que en general ignora totalmente al pueblo, destacándose a gobernantes mitificados, batallas homéricas e instituciones magnificadas. Por eso es tan importante conocer “la otra historia”, aunque sea a través de artículos, folletos y conferencias. (7)
Santa María del Salitre es “la otra historia” y la prueba de la solidez dramática de Arrau, quien nos confirma lo que un teórico francés aseverase: no basta decir la verdad, hay que estar dentro de ella (dans le vrai). El dramaturgo ha comprendido el lenguaje de la evidencia histórica, el cual no cesa de ser un significante en su labor interpretativa y creativa. El drama comentado es una pieza literaria que reúne la rara cualidad de ser un trabajo histórico por la fidelidad al registro del pasado, y a la vez una obra de ficción porque se ajusta a un universo lingüístico, como corresponde a toda obra de arte.
El lector encontrará la verdad histórica en el tratamiento dramático, por ser éste el result6ado de la interacción de historia y literatura, fundamentos de la cultura universal en el conocimiento humano. El arte se transforma así en el medio de comunicación verdadero y permanente entre los hombres.
Pedro Bravo-Elizondo
The Wichita State University
Notas:
(1) Fernando Ortiz Letelier. El Movimiento Obrero en Chile: 1891-1919. (Madrid: Libros del Meridión, 1985): 145.
(2) Gonzalo Vial. Historia de Chile (1891 – 1973). Santiago de Chile: Editorial Santillana, 1981). Tomo II: 904.
(3) El drama de Sergio Arrau obtuvo el premio “Eugenio Dittborn” (entre 42 obras presentadas) otorgado por la Universidad Católica de Santiago en su concurso de teatro 1985. El jurado, entre las razones para otorgárselo, manifestó “Por la humanidad y la integridad consecuente con su esencia con que fueron desarrollados la mayor parte de los personajes. Por la acuciosa investigación histórica, consecuente con los hechos reales que manifiesta el texto, y el aporte que ello significa para el mayor conocimiento de esos hechos”.
(4) Pedro Bravo-Elizondo. Santa María de Iquique 1907: Documentos para su Historia. Santiago: Ediciones del Litoral, 1993.
(5) Leopoldo Castedo. Historia de Chile. 1891 – 1925. (Santiago: Zigzag, 1982). Tomo IV: 322.
(6) Carta al Foreing Office, enero 3, 1908. F.O. 368/176
(7) Manual de Instrucción Teatral. (Quito, 1975): 37.
(El dramaturgo debe) conocer la situación general de su país. Su historia, aunque sea la oficial dada en los colegios, que en general ignora totalmente al pueblo, destacándose a gobernantes mitificados, batallas homéricas e instituciones magnificadas. Por eso es tan importante conocer “la otra historia”, aunque sea a través de artículos, folletos y conferencias. (7)
Santa María del Salitre es “la otra historia” y la prueba de la solidez dramática de Arrau, quien nos confirma lo que un teórico francés aseverase: no basta decir la verdad, hay que estar dentro de ella (dans le vrai). El dramaturgo ha comprendido el lenguaje de la evidencia histórica, el cual no cesa de ser un significante en su labor interpretativa y creativa. El drama comentado es una pieza literaria que reúne la rara cualidad de ser un trabajo histórico por la fidelidad al registro del pasado, y a la vez una obra de ficción porque se ajusta a un universo lingüístico, como corresponde a toda obra de arte.
El lector encontrará la verdad histórica en el tratamiento dramático, por ser éste el result6ado de la interacción de historia y literatura, fundamentos de la cultura universal en el conocimiento humano. El arte se transforma así en el medio de comunicación verdadero y permanente entre los hombres.
Pedro Bravo-Elizondo
The Wichita State University
Notas:
(1) Fernando Ortiz Letelier. El Movimiento Obrero en Chile: 1891-1919. (Madrid: Libros del Meridión, 1985): 145.
(2) Gonzalo Vial. Historia de Chile (1891 – 1973). Santiago de Chile: Editorial Santillana, 1981). Tomo II: 904.
(3) El drama de Sergio Arrau obtuvo el premio “Eugenio Dittborn” (entre 42 obras presentadas) otorgado por la Universidad Católica de Santiago en su concurso de teatro 1985. El jurado, entre las razones para otorgárselo, manifestó “Por la humanidad y la integridad consecuente con su esencia con que fueron desarrollados la mayor parte de los personajes. Por la acuciosa investigación histórica, consecuente con los hechos reales que manifiesta el texto, y el aporte que ello significa para el mayor conocimiento de esos hechos”.
(4) Pedro Bravo-Elizondo. Santa María de Iquique 1907: Documentos para su Historia. Santiago: Ediciones del Litoral, 1993.
(5) Leopoldo Castedo. Historia de Chile. 1891 – 1925. (Santiago: Zigzag, 1982). Tomo IV: 322.
(6) Carta al Foreing Office, enero 3, 1908. F.O. 368/176
(7) Manual de Instrucción Teatral. (Quito, 1975): 37.
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